Si uno camina hacia el Sur y hacia el Oeste de las ruinas de Kumarkaaj, también llamada Utatlán, la antigua ciudad capital de los Mayas Quiché, se encontrará con dos hermosos y pequeños lagos, en San Sebastián Lemoa y en San Antonio Ilotenango. Los menos crédulos se cuestionan el origen de estos dos lagos, porque sus abuelos lo saben muy bien, y así se lo contaron, cuando la vida y sus verdades eran muy diferentes a las de ahora.
El día en que Pedro de Alvarado ordenó el incendio de Kumarkaaj, dispuso que los dos reyes de los Quiché, Oxib Quej y Belejep Tzí, fueran atados a sus tronos y colocados a los pies de sus dioses. Así, el 4 de abril de 1524, el holocausto del fuego de los conquistadores españoles llevó a la destrucción total de la capital del Imperio Quiché y de su dinastía.
Las dos reinas, Icchaom y Zúxit, lograron huir a tiempo y pasaron varios días vagando por las colinas colindantes, esperando que un milagro les devolviera a sus esposos. Cuando al final se dieron cuenta de que lo habían perdido todo, sus esposos, sus tesoros, sus hogares, su tierra.., supieron que sería una ofensa para los dioses continuar viviendo, así que decidieron dejarse morir, errando sin rumbo en la soledad de la selva.
Para estar completamente solas e incapaces de ayudarse la una a la otra, las dos reinas determinaron tomar diferentes direcciones. Icchaom fue hacia el Sur, y Zúxit hacia el Oeste. Así, la primera alcanzó Lemoa y la segunda Ilotenango. Solas, sin otra cosa más que la memoria y los recuerdos, las dos reinas derramaron muchas lágrimas. Tanto lloraron que se formaron los dos pequeños lagos que aún hoy podemos contemplar.
En las noches de luna nueva, cuando el silencio de la noche permea el aire del Lago Ilotenango, se puede escuchar el sonido de una piedra que rueda. Es la canción triste de la Reina Zúxit, cuyas notas quedaron encerradas en las aguas del lago. Y cuando la luna esta llena, no existe otro lugar en la Tierra donde su reflejo sea más brillante que en las aguas del Lago Lemoa. Es la mirada de zafiro de la Reina Icchaom, que aún perdura en sus lágrimas.
En los tiempos coloniales, las autoridades españolas, en un intento de controlar las peregrinaciones a los dos lagos, construyeron sendas iglesias a sus orillas, dedicándolas a San Sebastián y a San Antonio. Pero aún hoy, los viejos de Chichicastenango te dirán que el Lago Lemoa y el Lago Ilotenango son sagrados. Los sacerdotes llevan allí a los pecadores y lavan su cabeza y su pecho con las aguas sagradas de los lagos. Entonces, mientras rezan, señalan hacia la Luna con una mano, y se llevan la otra hasta el oído, para poder así escuchar el sonido de la piedra que canta. Así, los pecadores son purificados por las lágrimas de las últimas reinas de los Quiché, lágrimas que llenan sus corazones de patriotismo y de fe.
"Tales from Chichicastenango", Raúl Pérez Maldonado (traducción de Owen Wangensteen)
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