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¿Hasta donde llegarías por tus teorías?

Curiosa historia la de Ignaz Semmelweis, un médico húngaro del siglo XIX, que murió en un asilo a los 47 años de edad por demostrar una teoría de la que estaba totalmente convencido.

Al comienzo de su llegada al servicio de maternidad del Hospital de Viena, Semmelweis observa con preocupación la alta tasa de mortalidad entre las parturientas, que fallecían entre fuertes dolores, una fiebre alta y un intenso olor fétido. El hospital disponía de dos salas de partos. En la primera, la mortalidad media era del 30%, pero a comienzos de 1846 se elevó al 96% de parturientas fallecidas. Semmelweis preocupado, comienza un estudio para ver la diferencia entre las dos salas. En la primera, dirigida por el doctor Klein, los partos eran atendidos habitualmente por los estudiantes de medicina, que atendían a las mujeres después de sus clases de medicina forense. En cambio en la segunda sala, dirigida por el doctor Bartch, las mujeres eran atendidas por matronas, pero cuando los estudiantes visitaban esta sala, aumentaba la mortalidad.

Esto lleva a Semmelweis a formular una ingeniosa teoría, que los estudiantes de medicina transportaban algún tipo de materia putrefacta, desde la sala de anatomía hasta las mujeres, siendo este el origen de la sepsis puerperal.

El doctor Klein, indignado, no está de acuerdo con estas teorías y achaca el problema a la brusquedad de los estudiantes a la hora de realizar los exámenes vaginales a las pacientes.

Ignaz entonces decide instalar unos lavabos a la entrada de la sala de partos y obliga a los estudiantes y matronas a lavarse las manos antes de atender a las pacientes.

Su jefe, el doctor Klein, decide despedirlo y pasa a formar parte del equipo del doctor Bartch. Continúa investigando y prepara una solución de cloruro cálcico para obligar a los estudiantes que hayan estado trabajando en el pabellón de disecciones a lavarse las manos antes de atender a las embarazadas, con lo que la mortalidad desciende al 12%.

Quizá por envidia o por vanidad, los principales cirujanos y obstetras ignoran o rechazan su descubrimiento. Llegan a afirmar que es imposible reproducir los resultados de su experimento, y que ha falseado las estadísticas obtenidas. Sólo cinco doctores apoyan públicamente a Ignaz, pero de nada sirve y es nuevamente expulsado de la maternidad, prevaleciendo la opinión del doctor Klein.

Se traslada a su ciudad natal, en plena revolución húngara, y un amigo lo encuentra meses después viviendo en la miseria, con un brazo y una pierna fracturados, y hambriento. Gracias a este amigo, es admitido en la maternidad del Hospital de San Roque, dirigida por el doctor Birley, donde prosigue con sus investigaciones.

A la muerte de Birley, es nombrado director de la maternidad, momento en el cual aumentan las muertes por sepsis puerperal: sus recomendaciones son totalmente ignoradas deliberadamente e incluso se adoptan medidas contrarias por parte de médicos rivales de Semmelweis.

Esto y una carta abierta a los tocólogos que empeora su situación pública, provoca un declive personal e intelectual que lo lleva a pegar carteles por toda la ciudad advirtiendo a los padres de las mujeres embarazadas del riesgo que corren si acuden a los médicos.

Es internado en un asilo, del que sale dado de alta, tras observarse en él una mejoría. Entonces acude al pabellón de anatomía del hospital, y delante de todos los alumnos, abre un cadáver y utiliza el mismo bisturí para provocarse una herida. Tras unas semanas de fiebres intensas y con los mismos síntomas que vio en tantas mujeres embarazadas antes de morir, él mismo fallece en brazos de su profesor a los 47 años de edad.

Actualmente se le considera el precursor de la antisepsia y gracias a su muerte, se han salvado las de muchas mujeres.

Vuelvo al titulo de esta entrada y os reto para que contestéis en los comentarios: ¿Hasta dónde llegaríais por demostrar vuestras teorías? (Léase también ideas, pensamientos, etc).


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Yo dijo...

Supongo que yo no habría tenido el valor que demostró él... pero si que es verdad que cuando uno está convencido de algo (con pruebas irrefutables) y ve que el resto de la gente hace caso omiso es para desesperarse. En esa situación uno es capaz de hacer cualquier cosa y más cuando hay tantas vidas humanas de por medio.

Cuánto le debemos a este gran hombre. Para algunos puede que esté loco por llevar a cabo en sí mismo el experimento que acabó demostrando su teoría aunque lo llevó a la muerte, pero yo creo que rebosaba bondad y generosidad por cada uno de sus poros.

Me ha encantado esta entrada.

Jose, a secas dijo...

Se que suena un poco egoísta pero yo lo haría siempre que quien estuviera en peligro fuera alguien muy cercano a mi.

Creo que no tendría tanta generosidad (por no llamarlo "cojones")como para hacer lo que hizo Ignaz Semmelweis.

¿Y el Nobel póstumo/honorífico para cuando?

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